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Ozzy Osbourne y una despedida plagada de emociones

Estadio Obras Outdoors – 11/5/2018
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Que difícil se hace saber que, muy probablemente, esta sea la última vez en narrar un show en nuestro país de este artista. Se cruzan recuerdos y vivencias de antaño que te obligan a descreer que esta realidad está sucediendo. Sentimos que como nos acompañó a lo largo de nuestras vidas con su arte, la cosa debe seguir igual.

¿Cómo que se retira? ¿De verdad es la última vez? ¿No habrá una chance de que vuelva? Y si hipotéticamente llegase a volver, toda esa catarata de preguntas retóricas saldrá a la luz nuevamente luego de aquel posible evento. Es que sentimos que son eternos, pero, aunque nos cueste reconocerlo, no lo son.

A los amantes del deporte más popular les sucede algo similar cuando un jugador de renombre decide “colgar los botines” (como se dice en la jerga futbolera) o bien, cuando alguien a quien se aprecia demasiado y desde lo más profundo decide alejarse, pasa lo mismo.

Cuando uno se sienta a contar cronológicamente lo sucedido en un show de Ozzy Osbourne, indefectiblemente no puede dejar de lado el costado del sentimiento. Ese que emana positivamente el protagonista, hoy de 69 años, en cada presentación en vivo y que el público lo hace recíproco y se lo devuelve con creces. Esta vez no fue la excepción.

Un show que inicialmente iba a desarrollarse en el Estadio G.E.B.A. pero que, finalmente, por motivos de organización y a un par de semanas de concretarse, se trasladó al mítico Estadio Obras en su versión al aire libre o “outdoors”, como está de moda decirle.

Tan solo quince minutos faltaban para la hora 20 cuando Malón, la histórica banda de thrash nacional, se subió al escenario para desplegar un set de unos cuarenta y cinco minutos arrolladores en el que se cruzaron canciones propias con las creaciones más representativas de Hermética. Todo ese combo perfecto hizo sacudir al público que se iba acercando paulatinamente a un recinto que contó con el aliciente particular (y no es poca cosa), del buen tiempo. Durante 20 días, las lluvias, lloviznas y demás menesteres, hicieron de Buenos Aires una réplica casi perfecta de Londres, la capital inglesa. Por este motivo, durante la semana, todos miraban de reojo y hacia arriba, pensando en un concierto que finalmente se llevó a cabo con total normalidad.

Concluida la presentación del conjunto soporte, la salida de “el Príncipe de las tinieblas” en el marco de la gira “No More Tours 2”, estaba pactada para la hora 21. Por ende, esa media hora de margen se hizo literalmente eterna. Si bien los tracks más representativos de AC/DC sonaban de fondo y se sucedían uno tras otro para apaciguar la espera, la ansiedad que invadía a los presentes por ver a uno de los fundadores del género musical más maravilloso era tal, que solo se calmaría una vez que el principal protagonista de la noche saliese a escena. Y así fue.

Todas las condiciones estaban dadas. Los fanáticos se agolparon masivamente para ver lo que (en teoría), iba a ser la última visita a la Argentina de este pilar del heavy metal mundial. A las nueve de la noche, ni un minuto más ni un minuto menos, una pequeña introducción musical comenzó a sonar mientras un sinfín de imágenes, que resumirían la trayectoria del músico, iban pasando a lo largo y a lo ancho de las tres pantallas que decoraban un escenario lookeado a la perfección.

Entró corriendo. Saludando y tirando besos al aire, inducía a todos a la algarabía general, como es de costumbre. Sí, un tipo de casi 70 años de edad con una vitalidad y una energía enormes. A quien le cuentes la vida que llevó, no te lo va a creer. Por algo, en algún momento se barajó la posibilidad de analizar su ADN, dado que los profesionales de la salud aun no pueden comprender como una persona puede mantenerse en pie, luego de tantos excesos a lo largo de su historia.Pero es real, es así, es Ozzy.

“Bark At The Moon”, una canción que es casi como un himno infaltable en cada setlist, bautizó un show que puso en estado de locura a todos y cada uno de los presentes desde el minuto uno. A pesar de ello y como casi siempre sucede, el frontman gritaba a los cuatro vientos “¡No los escucho!”, intentando multiplicar el griterío que invadía el predio de Av. Libertador.

Adam Wakeman hizo vibrar las notas de su teclado para dar inicio de este modo a la intro de “Mr. Crowley”, ese clásico y oscuro track incluido en el álbum “Blizzard Of Ozz” (primer disco de Osbourne como solista), que ha sido reversionadopor monstruos del rock como Joe Lynn Turner y Tim “Ripper” Owens, por citar un par de ejemplos.

Cada una de las pantallas transmitía lo que sucedía en vivo, con el agregado de efectos que le sumaban dinamismo al recital. Delante de la central y mayor, se ubicaba una cruz enorme, también a modo de pantalla, que se adaptaba a la temática de cada composición que iba sonando. Amplificadores por doquier y un juego de luces acorde, fueron acompañantes de lujo, también, de un show increíble que tuvo en tercer lugar de la grilla a “I Don´t Know”.

Sabido es que hablar de Ozzy es hablar de Black Sabbath, por lo que “Fairies Wear Boots” fue de la partida y emocionó a más de uno.

Fue un show que fusionó generaciones. La familia del heavy metal estuvo presente. Genera placer ver reflejado en el concierto, cómo el virus de la música pesada se transmite a través del árbol genealógico. La vieja y la nueva escuela, unidas por el mismo maestro.

“Suicide Solution”, ese tema que le supo traer alguna que otra complicación legal al cantante en el pasado (fue considerada su parte lírica como una incitación al suicidio), apareció en vivo aquella noche de viernes y se destacó a sobremanera por el terrible solo ejecutado por Zakk Wylde.

Párrafo aparte para este músico que, si bien todos ya sabemos de sus habilidades con las seis cuerdas, hay que resaltar el gran acierto que fue haberlo incluido en esta gira. Debía ser él. No había otro. Esa cabellera rubia sacudiéndose de un lado a otro al mejor estilo videoclip de MTV de los ´90, era la indicada para acompañar en este último tour a uno de los mayores exponentes dela música mundial.

¿Videoclip de los ´90? Qué mejor que “No More Tears”, canción que siguió a continuación y que cabe como anillo al dedo para ejemplificar lo citado anteriormente. A todo esto y a pesar de la enorme emoción que se vivía, Ozzy seguía sin escuchar a la gente y el “I can´t hear you”, volvía a salir de su boca una vez más.

La balada “Road To Nowhere” provocó el aplauso masivo y un “ustedes están todos locos, gracias por haber venido esta noche, los quiero”, por parte del actor principal de esta película, se robó varias sonrisas.

Sonaron “War Pigs”, otro ícono de los creadores del heavy metalque le agregó calor a la velada y, acto seguido, un medley letal con temas que no entraron en la lista titular de forma completa como “Crazy Babies”, “Desire” y “Perry Mason”, los cuales lograron hacer bajar del escenario a Wylde. Este set concluyó con un abrumador solo del hombre detrás de los parches, Tommy Clufetos. Para no caer en el egoísmo, también es de vital importancia destacar la actuación de este animal que, junto con Rob “Blasko” Nicholson en el bajo, conforman asimismo puntos altos de una banda que ya es una leyenda.

“Flying High Again”, “Shoot In TheDark” y “I Don´t Wanna Change The World” le dieron vida a la vieja época y paso a “Crazy Train”, composición que corearon todos y todas, con el agregado de la ducha que se dieron los que estaban contra la valla luego del baldazo de agua que arrojó Mr. Osbourne.

Tiempo de otra balada épica como “Mamma I´m Coming Home”, pieza fundamental de la placa editada allá por el año 1991.

El cierre se caía de maduro. Como es de costumbre, “Paranoid” hizo de las suyas en una Buenos Aires que ya empezaba a extrañar a más no poder a uno de sus referentes. Un tipo que, a pesar de sus años, parece no haber madurado nunca. Y no musicalmente sino en personalidad. Es el eterno adolescente. Por eso y al igual que sucedió con la despedida de Black Sabbath, cuesta horrores aceptar que próceres de esta talla se despiden para siempre.

Existen muchas formas de expresar un sentimiento. Sin lugar a duda, el amor y esas ganas que tenían todos de subir al escenario a darle un abrazo, fue lo más maravilloso que pudo suceder aquella noche. Porque a diferencia de la política y las religiones, la música tiene esa característica tan particular que la hace única y es la de unir a la gente. Esa misma gente que un 11 de mayo de 2018 gritó a una sola voz “Ohh…Ozzy no se va, no se va, no se va, Ozzy no se va”.

Pero sí, se va. Se va porque aunque no queramos mirarlo, el reloj de la vida sigue andando y nada es para siempre en este bendito planeta. Pero su legado musical quedará y, al fin y al cabo, es lo más importante.

Salud, príncipe. Gracias por tanto, perdón por tan poco.

Por Lucas Barrionuevo
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